Hace ya aproximadamente un año y medio, se produjo mi estreno como bloguero, haciendo una entrada como invitado en el antiguo blog de @carcasor. En una conversación con @blogfisio a través de twitter, me acordé de ella y he pensado que sería un buen ejercicio volver a colgarla, ahora en mi blog. No está actualizada, y supongo que habrá cosas nuevas desde entonces, así que tened en cuenta que es de primeros de 2012. Aún así, creo que resultará interesante y para muchos seguirán cayendo mitos.
Así, transcribo literalmente la entrada original:
Respondiendo hace unos días en un
foro de fisioterapia acerca de cómo proceder ante un paciente diagnosticado de
periostitis tibial, tanto para confirmar el diagnóstico como para su
tratamiento, me entró la ya familiar sensación de que es uno de esos problemas
en los que se dan por supuestas y se hacen muchas cosas por “tradición”. Así
que procedí a ver cuán desactualizado andaba (andábamos) en el tema.
Y resulta que bastante.
Así que voy a intentar exponer
cuál es el verdadero estado del conocimiento acerca de ese dolor tan insidioso.
Lo haré basándome principalmente en estarevisión y sus referencias, ayudándome de la guía de Paul Ingraham. Intentaré ser breve, pero
coged palomitas y bebida porque es bastante posible que se os haga largo.
La periostitis tibial se suele
definir como una inflamación del periostio que provoca dolor intenso,
generalmente en forma de quemazón, y casi siempre en los tercios medio y distal
de la tibia. Esto es cierto excepto en afirmar lo de inflamación del periostio, y es que una de las mayores dificultades
que nos encontramos a la hora de diagnosticar de forma precisa el dolor tibial
es que existen varias patologías que se
manifiestan con la sintomatología que habitualmente se asocian a la periostitis:
1. MTSS (Medial Tibial Stress Sindrome). Es lo que normalmente conocemos por
periostitis: una irritación en los tercios medial y distal de la cara
postero-medial de la tibia. Pero aquí comienzan las curvas, puesto que no está
claro cuál es la fisiopatología exacta de la lesión, y por eso no lo llamo
periostitis: porque en estudios recientes como este llegan a la
conclusión de que el MTSS no es una
inflamación del periostio, sino una reacción al estrés del hueso, que se vuelve
doloroso.
Éste otro artículo
refrenda esa idea, pues se realizó un scanner óseo a pacientes con dolor
tibial, y a un grupo control, y el 100% de los pacientes con la tibia dolorosa
presentaba signos de osteopenia, mientras que sólo el 17% de los asintomáticos
presentaba esos signos.
Tibia sana (izqda) y hallazgos en MTSS (dcha) |
Todo ello me
lleva a pensar que el MTSS no es un problema
de las partes blandas (periostio como fascia), sino una indaptación a una
solicitación excesiva del hueso.
Si este problema
se agrava o se perpetúa en el tiempo, se podría llegar a producir una fractura por estrés, que sería otro de
los problemas que se pueden manifestar con síntomas similares
2. Síndrome compartimental. En muchos
textos que he revisado se considera que un síndrome compartimental medial o
posterior puede provocar dolor “tipo periostitis”, pero no hay evidencia clara,
pues hay diferencias entre los estudios, de que la presión intramuscular en los
mismos esté aumentada (véase la revisión antes comentada). Sin embargo, tampoco
es descartable que pueda ser una causa, pues sí hay estudios que identifican
aumento de la presión dentro de los compartimentos.
3. Trigger point en el tibial anterior, que
ocasiona dolor referido en el tercio distal de la tibia.
PG en tibial anterior según T&S |
No he encontrado
evidencias de que la sola activación del punto gatillo miofascial pueda crear
la sintomatología completa. Ahora bien, dado que es una trigger point que suele
ser activo, creo que es una complicación que tenemos que tener en cuenta y que
debemos tratar, sobre todo si al presionarlo el paciente refiere dolor en la
tibia.
¿Hemos
llegado hasta aquí? Bien, porque ahora
queda refutar una de las creencias clásicas más comunes con respecto al
dolor tibial: que los síntomas pueden estar provocados por la tracción que
ejerce la musculatura próxima a la tibia (sóleo, gastronemio, tibial anterior…)
sobre el periostio de la tibia.
¿Cómo
lo refutamos? Primero porque en disecciones no se hallaron inserciones a lo
largo de los tercios medio y distal de la tibia, donde se reproduce el dolor. Y
segundo (y esto ya es razonamiento propio), si como dice la evidencia no es un
problema perióstico sino óseo, no tiene lógica que la supuesta tracción muscular
sobre el periostio provoque el dolor.
Por
todo ello debemos ser muy cuidadosos a la hora de diagnosticar el verdadero
problema que está provocando la sintomatología, sobre todo porque pueden coexistir
varios de los fallos tisulares anteriormente mencionados.
El diagnóstico es fundamentalmente
clínico, ya que el diagnóstico por imagen, especialmente RX, puede mostrar en
un alto porcentaje falsos positivos (un 15% mínimo en la revisión): muchos casos
asintomáticos, e incluso de no deportistas, presentan anomalías anatómicas en
la tibia.
Es más que necesaria una anamnesis correcta,
pues hemos dejado atrás otras patologías que pueden manifestarse con los mismos
síntomas, pero que son fácilmente descartables como dolor inducido por el
ejercicio: atrapamiento nervioso del peroneo común, Síndrome del atrapamiento de
la arteria poplítea (este estudio
identifican casos diagnoticados como síndrome compartimental), cáncer y,
atentos, un contagio reciente de sífilis (escribid periostitis tibial en PudMed
y os saldrán montones de referencia). Eso sí, a ver quién es el primero que se
atreve a preguntar si se tienen relaciones sexuales de riesgo.
Para casos en los que el diagnóstico
clínico se hace especialmente difícil se puede utilizar una RMN, e incluso una
gammagrafía o un scanner con contraste, pero son pruebas que resultan
innecesarias en la mayoría de los casos.
Muy bien, ya queda menos. Respirad un
poco que continuamos repasando los factores
de riesgo. Aquí he encontrado menos mitos, pero sí encuentro alguna
inconsistencia en alguno de los “clásicos”. Es importante no confundirlos con
las causas, puesto que hay un gran porcentaje de atletas en los que concurren
los factores de riesgo sin que haya ningún síntoma ni daño tisular:
1.
Exceso de
entrenamiento. Claramente correcto, puesto que es una sobresolicitación del
tejido. Interesante puntualizar que parece que es un mayor factor de riesgo
comenzar a entrenar después de una inactividad, que aumentar la carga del
entrenamiento.
2.
Excesiva
pronación del pie. Es el único factor de riesgo presente en casi todos los
estudios o artículos que he visto. Pero me surgen dudas personales con respecto
a “excesiva”, porque no hay una definición clara de cuánto es un nivel “normal”
de pronación, y cada estudio lo define de una manera. Así que es bastante
posible que sí que sea un factor de riesgo claro, pero hay que definir bien los
parámetros.
Incluso, en algún estudio como éste, dicen que
no hay una conexión definitiva entre una
biomecánica atípica del pie y lesiones del corredor.
3.
Ser mujer.
En la revisión, al igual que sucede con la pronación, está clasificada como
evidencia de nivel I. Bien, pues también tengo mis dudas con respecto a esto.
Muchos de los estudios están realizados sobre
militares, en los que se espera que el rendimiento de la mujer durante el
entrenamiento sea igual al de los hombres. Puesto que por regla general (que no
se me ofenda el género femenino) las capacidades físicas son inferiores en la
mujer, en esos entrenamientos es más que probable que se sobresoliciten las
estructuras para llegar al nivel exigido. Supongo que a mí me pasaría si se me
exigiera correr con Gebreselassie.
4.
Debilidad
de los estabilizadores de cadera. En el mismo estudio que rechazaba la
pronación del pie se afirma que la
debilidad de los estabilizadores de cadera dirige al miembro inferior a una
mecánica atípica y a un aumento de fuerzas dentro del miembro mientras se
corre.
5.
IMC
elevado
6.
Antecedentes.
El hecho de haber padecido dolor tibial inducido por el ejercicio predispone a
volver a padecerlo. Aunque no he encontrado una explicación satisfactoria al
respecto, se me ocurren dos:
a.
Dado que es un problema que se cronifica con
frecuencia, que se desarrolle un síndrome de sensibilización central
b.
Que las lesiones tisulares no se recuperen del
todo antes de recomenzar el ejercicio
Hay otros
factores que se suelen denominar de riesgo muy frecuentemente, como son las
condiciones de las zapatillas (demasiado usadas o cambiadas recientemente) o la
superficie sobre la que se corre, acerca de los que no hay evidencia de que
realmente lo sean.
Por
último, en cuanto al tratamiento, el
único artículo que he encontrado en el que se cite algún tratamiento útil es éste, que afirma
que las ondas de choque de baja intensidad son efectivas. En el resto, no
encuentran ninguna diferencia entre cualquier tipo de intervención y el
descanso.
Ahora
bien, tampoco he encontrado estudios en los que la terapia manual se incluya
como alternativa (que no quiere decir que no los haya), y me llama
especialmente la atención que no haya estudios acerca del masaje perióstico de
Vogler, que siempre ha sido mi tratamiento de elección (con resultados clínicos
considerables), y que se desarrolló exactamente para este tipo de problemas.
Y
hasta aquí hemos llegado. Muchas gracias por aguantar todo el tocho. Espero que
al menos os haya sido útil.
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